“Te advierto, quien quiera que fueres, ¡Oh; tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera! Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿Cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. ¡Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses!”. (Inscripción en el frontispicio del Templo de Apolo en el Monte Parnaso, Grecia; 2500 a.C.).
Ciertamente, si no hallamos dentro de nosotros mismos
aquello que buscamos jamás podremos hallarlo fuera. Con justa razón
afirmaba Sócrates: “Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el
verdadero conocimiento”.
En esta época en la que todo nos invita a exteriorizarnos, a
disfrutar de las sensaciones que nos ofrece la vida, a rendir pleitesía
al nuevo Señor del mundo, el hedonismo…, nos hemos olvidado de lo más
importante: nosotros mismos.
Reímos y lloramos, osamos y tememos, amamos y odiamos… y
todo ello sin percibir el resorte secreto que nos lleva a ello. Creemos
conocernos pero ¿qué sabemos en realidad de nosotros? Nuestro nombre nos
lo dieron. Nuestro cuerpo nos lo prestaron. Nuestros conocimientos los
adquirimos. Entonces, ¿quiénes somos?
¿Existe algo más triste en la vida que ir de la cuna a la
tumba y seguir ignorando quiénes somos y para qué hemos venido al mundo?
Trágica es la existencia de aquel que muere sin haber conocido el
motivo de su vida...
Todo el mundo cree que se conoce a sí mismo, pero ni
remotamente sospecha que no es “uno” sino “muchos”. Realmente la
autoasumida individualidad deviene en multiplicidad. Somos como un barco
lleno de gente donde cada uno de los pasajeros quiere tomar el timón
para llevar el navío a donde le plazca.
El Yo que jura amor eterno a una dama es desplazado por
otro Yo que la deja en el altar para fugarse con otra. El Yo que jura
fidelidad a su país es desplazado por otro que vende al mejor postor sus
secretos. El Yo que promete a las multitudes un gobierno transparente
es desplazado por otro que maneja dinero sucio. El Yo que hoy adora a
Dios es desplazado poco tiempo después por otro totalmente escéptico.
Negar la “doctrina de los muchos” sería pecar de ingenuos,
pues no es posible en modo alguno negar contradicciones íntimas que cada
uno de nosotros posee.
Si nos pudiésemos ver en un espejo de cuerpo entero, tal
cual somos, descubriríamos por sí mismos en forma directa esa “doctrina
de los muchos”.
Si tuviéramos verdadera Individualidad, si poseyéramos una
unidad en vez de una multiplicidad, tendríamos también continuidad de
propósitos, conciencia despierta, constancia, voluntad...
Necesitamos conocernos a nosotros mismos para eliminar
aquello que nos sobra y adquirir aquello que nos falta si es que
queremos abandonar el mundo ilusorio y trivial en el que vivimos y
sumergirnos en el gran océano de vida que es lo Real, más allá del
cuerpo, de los afectos y de la mente.
“El humilde conocimiento de ti mismo es un camino más
seguro hacia Dios que el camino de la ciencia” enfatizaba Tomás de
Kempis. “Hay quien lamenta su necedad, éste ya no es necio; más necio es
aquel que sin conocerse a sí mismo dice ser inteligente” manifestaba el
propio Buddha.
Llegado a este punto, el amable lector seguramente se
preguntará: ¿cómo puedo llevar a cabo esa transformación interior?,
¿cómo puedo lograr el despertar conciencia?... Dejemos al mismísimo C.
G. Jung que arroje un poco de luz sobre esta interesante cuestión:
Para que se produzca esta transformación es imprescindible la circumambulatio, o sea la concentración exclusiva en el centro, en el lugar de la transformación creadora. En este proceso se es «mordido» por animales, es decir, hay que exponerse a los impulsos animales del inconsciente sin identificarse con ellos ni «huir de los mismos», pues la huida frente al inconsciente haría ilusorio el objeto del procedimiento. Hay que seguir en él, es decir, el proceso iniciado en este caso por la autoobservación, ha de ser vivido en todas sus peripecias y anexionado al consciente mediante la mejor comprensión posible. (Psicología y Alquimia).
Esos animales que muerden son sin duda los animales del
deseo que llevamos en nuestro interior, los “agregados psicológicos”
como los denominan en Oriente, los “Yoes” de la psicología experimental,
los defectos o debilidades de los distintos credos. Ellos clavan sus
afilados dientes en nuestras carnes íntimas para succionar nuestras
energías mentales, emocionales o volitivas. No es, como apunta Jung,
huyendo de esas bestias internas como podemos transformarnos. Por el
contrario lo que conviene es observarlas como el policía observa al
ladrón que merodea alrededor de una casa, esperando que cometa el delito
para poder pillarle in fraganti.
El basamento es la AUTOOBSERVACIÓN. Quien no se observa no se conoce, y quien no se conoce no puede cambiar.
A medida que uno practica la autoobservación interior va
descubriendo por sí mismo a muchas gentes, a muchos “Yoes” que viven
dentro de nuestra propia personalidad.
El sentido de la autoobservación íntima se encuentra
atrofiado en todo ser humano pero ejercitándolo, autoobservándose de
momento en momento, tal sentido se desarrollará en forma progresiva.
A medida que el sentido de autoobservación prosiga su
desarrollo mediante el uso continuo, nos iremos haciendo cada vez más
capaces de percibir en forma directa aquellos Yoes sobre los cuales
jamás tuvimos dato alguno relacionado con su existencia.
Nos hemos formado falsos conceptos sobre sí mismos… Muchas
cosas que creemos no tener tenemos y muchas que creemos tener no
tenemos. Suponemos que poseemos tales o cuales cualidades que en
realidad no poseemos, y muchas virtudes que poseemos ciertamente las
ignoramos.
Somos los tristes personajes que describe Platón en su mito
de la caverna, individuos atados con cadenas que toman por reales las
sombras que proyectan los objetos que desfilan entre ellos y un
resplandeciente fuego. Lo que creemos real es una simple ilusión.
Necesitamos romper las cadenas del Yo para poder despertar conciencia y palpar las grandes realidades de la vida y de la muerte.
Muchos textos sagrados nos hablan de la necesidad de despertar pero ninguno de ellos explica claramente cómo hacerlo.
Indudablemente el primero paso para sacar de su sueño a la
conciencia es autoobservarse profundamente. Solo así podremos conocer
las transacciones, los intereses, los gustos, las simpatías, etc., de
cada Yo y asimismo las consecuencias que en nosotros y en los demás
provoca. Pero indudablemente la autoobservación no es todo. La senda que
ha de llevarlos a la Iluminación nos exige COMPRENDER y ELIMINAR lo
observado. Pero esto, querido lector, es un tema que necesariamente
requiere ser abordado en un marco distinto, como el que proporcionan
nuestros cursos…
Para finalizar permítanos el paciente lector cerrar este
primer capítulo de la ciencia del DESPERTAR recordando una máxima de San
Agustín:
NOLI FORAS IRE, IN TEIPSUM REDDI; IN INTERIORE HOMINE HABITAT VERITAS
No vayas fuera, entra en ti mismo: en el hombre interior habita la verdad.
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